– Si señora, es así,
pero…
– Todas las tardes traigo empanadas al estilo de
Antofagasta a los empleados de las empresas y al
atender a Raúl que trabaja en Chile Bus leí
distraídamente la lista de pasajeros y estaba tu nombre
completo Carlos Alberto Fuenzalida Razury. Me perdonarás
pero yo té hacia fallecido a ti y no a Luis Alberto,
así me dieron equivocadamente la noticia.
¡Me quieren timar! Imaginé. Pero…
¿En qué consiste el juego?. En el
bolsillo llevo menos de doscientos dólares y esto no
compensa una farsa tan bien montada. El rostro bondadoso de la
señora ahora se me hacia, falso, cínico.
– Señora, todo lo que me dice es cierto, solo
que mi madre no se llama Ismelda sino Imelda.
– Siempre le dijimos Ismelda, Ismelda Razury y en los
registros de
la escuela se anoto
siempre como Ismelda, toda la primaria.
– Señora ¿donde estudió, usted
con mi madre?. La interrogué cortante.
– En el colegio parroquial de Iquique. Toda la
primaria.
– No sé cuál sea la intención de
esta broma, mi madre nunca ha salido de Lima. Sírvase
concluir con esta tontería o me obligara a dar parte a la
policía.
La señora dio un paso atrás.
– No, soy yo la que no sé cuál es tu
intención ¿qué quieres ocultar? Tu padre es
Juan Fuenzalida y tu hermano se llamaba Luis Alberto y ahora
viven en La Serena. Te voy a dar mi numero de teléfono, dáselo a tu madre. Ella
sí se acordará de mí. Lo que ha sucedido
hoy, no tiene importancia.
Escribió un numero en un pedazo de papel;
advirtiendo, en tanto escribía, que se encontraba todas
las mañanas en casa. Me lo alcanzo y se retiro de
inmediato.
Me quedé hecho un huevón, parado al centro
de la terminal con el trozo de papel en la mano,
preguntándome el sentido de lo sucedido.
– Peruano, me llamó el futbolista de La
Serena, devolviéndome a la realidad, el autobús
sale en minutos. Ya podemos subir. Tratémonos de sentarnos
juntos para charlar que el viaje es largo y algo
aburrido.
– Si vamos, respondí hecho un
zombi.
El paisaje desértico y monótono del norte
chileno embotaba aun más mis pensamientos. Luego de una
hora de la salida, la luz del sol se
había apagado por completo. Fernando, que así se
llamaba el futbolista, se durmió a pocos minutos de haber
conseguido convencer al pasajero de al lado mío
intercambiar los lugares. No comenté mi encuentro con la
tal tía Chachi y toda la noche traté de darle una
explicación a algo que no tenia ni ton ni son.
Mi abuelo, Ernesto Fuenzalida, fue repatriado al
Perú. Era Tarapaqueño como Alfonso Ugarte, del
puerto de Iquique. Casi no lo conocí. Murió cuando
yo era aún pequeño, pero me sentía orgulloso
de su decisión. Él había elegido ser
peruano. El viejo era cacherito y no me sorprendería que
pudiera tener un hijo Juan en Chile. Además dejo un
hermano en Tarapacá y Juan es un nombre por demás
común, cualquiera de los hijos de este tío chileno
de mi padre pudiera llamarse así. Pero Imelda o Ismelda,
no es un nombre común, como no lo es el apellido Razury,
igualmente madre de un Carlos Alberto y un Luis Alberto y,
además, coincidentemente fallecido como mi hermano dos
años antes. Definitivamente imposible.
La distancia de Arica a Santiago es interminable,
equiparable a la de Tumbes- Tacna. Es decir, todo el largo del
territorio costero peruano. Fernando resulto ser muy ameno, pero
no le di mucha pelota. Me parecía sospechoso que viviera
en la misma ciudad que la de mi madre postiza, Ismelda y que se
me hubiera pegado como una lapa desde que lo conocí. El
sé bajo en La Serena y yo seguí viaje a Santiago.
El resto del camino lo realice según lo
planificado.
Buenos Aires, me hizo olvidar todo. El zafarrancho en
que se encontraba el país por su triunfo Argentino ante
holanda y la conquista del
titulo, era increíble. Cacho me esperaba en su
departamento de Caballito. Celeste, su esposa estaba en Santa
Teresita, de veraneo con los chicos. Era sábado, el
Polaco-asi le llamaba a Cacho- había amasado pasta, el
olor de la salsa de tallarines se colaba por todos los rincones;
yo lo había aspirado, antes de entrar en el
ascensor.
– Negro, venís jodido ¡tenés una
cara!, Tomate un
baño y si querés apolillas en una de las camas de
los chicos. Te despierto a las tres para almorzar.- Gracias
polaco, estoy echo mierda.
Cacho me dio la mano desde el primer día que pise
Argentina. Nunca se ha enteró que conocía su pasado
de cura, nunca tocó el tema y yo siempre respete su
reserva. Era doce o quince años mayor que yo desde el
día en que nos conocimos y me adopto como el hermano menor
que nunca tuvo. El me aconsejó la compra del departamento
y ahora que lo vendia me conseguía el
comprador.
A las cinco me despertó. -Dormías como
un bendito, me tome un Gancia con unos salamines y un queso que
Celeste dejo en la nevera. Hemos debido roncar a dúo,
morfemos que la salsa debe estar barbara y nos vamos al cine de la
parroquia. Dan una de Chaplin que a vos te gusta, creo que es
"Tiempos modernos".
Almorzando, me informó del departamento. Los
compradores eran una pareja de jubilados sin hijos y que por
medio de un crédito
de S.P.A., un organismo de asistencia social, realizaban la
operación. Sólo faltaba la firma de los papeles y
esperar unos días la programación del pago.
Cacho, descorcho un segundo tinto.- No
jodas polaco, nos vamos a "sampar"; me dijiste para ir al
cine.
-A la puta. Son mis vacaciones de marido y de padre:
El cotorro sin minas ni pibes, Argentina campeón del
mundo, mi hermano, peruano venís después de meses.
Con todas estas alegrías ¿me decís que no
puedo ponerme en pedo?
Estaba escrito, tranca segura, un poco achispado le
conté a Cacho mi reciente experiencia.
-Dejate de boludeces, tenes él numero de la
mina, llamala y pedile algunas explicaciones, que de haber cosas
raras en este mundo las hay, no te hagas kilombos y preocupate
del negocio.
La bomba fue brutal, cinco tintos mendocinos, y
conversaciones sobre la política de su
país y del mío Hablamos del cuento que
Cacho nunca lo publicó, sobre un linyera que
recorría los rieles del tren con una pajarera en la mano y
también de los traseros argentinos y las tetas
peruanas.
Cacho se cantó emocionado el tango "Sur". Yo
me mandé con "Compañera mía" de Laureano
Martínez Smart, y luego juntos cantamos el vals argentino
"Aurora". La tranca llego a su fin cuando saco su bombo y
arrancamos con la samba "Felipe Varela ". era casi la media noche
y "sampado" tuvo que atender uno por uno a la recatafila de
vecinos que venían a recomendarnos que nos
acostáramos y dejáramos de joder.
Nos levantamos como sonánbulos. Desde la sala
comentaba con Cacho que se encontraba en el baño, sobre el
mundial, el Polaco se interrumpió y grito.
-Negro, me dejaste pensando con el asunto ese de tu
madre en Arica. ¿porque no llamas a la "jobata" esa y le
das bolilla. Así te quedas tranquilo vos y yo; pone la
pava al fuego y nos tomamos unos mates en tanto
llamas.
-Excelente. Traje limones y ajíes para el
ceviche. Los pongo en la cocina, bajo a la pescadería a
buscar unos pejerreyes y regreso.
-Bárbaro, ese pescado crudo que comen ustedes
me cura la curda.
Puse la tetera en la candela y baje. Conseguí los
pejerreyes, y mi camino de regreso lo hice casi en cámara
lenta. Tenia miedo. Un miedo absurdo, como si al llamar, una
fuerza
extraña y poderosa fuera a borrar mi pasado y asignarme
otro presente. ¡Qué candelejoneria!.
Cacho estaba mateando en la cocina, me paso el mate
apuntándome con la bombilla y me dijo:
-Quemate el pico peruano.
-Ahora no polaco. Después de la tranca me
produce acidez.
-Acidez nos va a dar el litro de ácido que le
sacas a esos limones enanos.
Nos fuimos a la sala. Saqué el trozo de papel, no
lo había leído desde que me lo entrego la
señora Chachi Ugarte- decía- teléfono 34252-
giré el disco-.
-Aló, buenos días. ¿la
señora Chachi Ugarte?
-Sí, ¿de parte de quien?
-De Carlos Alberto Fuenzalida.
–Perdón señor. ¿Usted es el
Señor Fuenzalida con el que mi madre sufrió una
confusión el día miércoles?. Le ruego me
disculpe, pero mi madre no se recupera de la impresión.
Tanta coincidencia es inimaginable; toda la familia
esta sensibilizada por lo sucedido.
Marta, hija de esta señora, me contó que
su madre había llamado a su amiga Ismelda al llegar a su
casa. Ella le dijo que su hijo Carlos Alberto falleció
hace mas de dos años en un accidente de tránsito y
que Luis Alberto se encontraba en el Perú desde
hacía una semana entregando un departamento que
arrendó en Lima siendo empleado de una fabrica de
chocolates y que de ninguna manera pasó por Arica ya que
el viaje lo realizó en avión. Luis Alberto, me dijo
Marta, volvería pronto por que su madre, Ismelda, se
encontraba enferma, con cáncer y quería estar cerca
de ella.
-Señor Fuenzalida, pensandolo bien,quiero que
Usted converse con mi madre. Ella se enojaría de enterarse
que no le avisé. Señor Fuenzalida…
aló.
-…Si… estoy acá.
-Aló hijo, – me habló la
señora Chachi-, te debo una disculpa. Es el destino que
nos a jugado una pasada a todos; comprendo ahora tu lógica
reacción, llamé a Ismelda esa noche. Está
enferma y yo se que cualquier día se nos muere.
Cometí la brutalidad de contarle lo sucedido y está
obsesionada en que tu eres su hijo que vienes a recogerla,
-¡ carajo ¡, dije para mis adentros – sé
que es una locura y un abuso, pero te ruego por caridad que
hables con ella. Dame tu teléfono que yo se lo doy a
Ismelda para que te llame. Si tú la llamas puede causarle
una impresión fuerte.
– Señora esta coincidencia, se torna en
macabra. Yo le prometo llamarla en unos días estoy en la
casa de un amigo y en mi departamento no tengo teléfono.
Coordinaremos la conversación con la señora
Ismelda, por lo demás, no se preocupe y más bien
acepte Usted mis disculpas si fui grosero.
-Gracias hijo, que Dios te bendiga yo estoy segura
que llamaras y que lo harás a tiempo.
-Estas pálido negro, contame qué paso,
que te dijo.
Le conté la conversación, con pelos y
señales; y nos pusimos a escribir las
coincidencias. Me olvidé de la acidez y no sé
cuantas veces el polaco cebó el mate.
A las doce teníamos un repaso de las
coincidencias: La señora se llamaba Ismelda, mi madre
Imelda, ambas apellidaban Razury y se encontraban casadas con un
Juan Fuenzalida, tenían dos hijos homónimos, de los
que uno de cada familia
falleció hace dos años en accidentes de
tránsito; en la familia chilena el desaparecido era Carlos
Alberto y en la mía, Luis Alberto. El hijo vivo de Ismelda
viajó al Perú hacía una semana a arreglar el
asunto de un departamento, y yo estaba en Argentina vendiendo el
mío.
El polaco, ahora, pensaba que era pendejada.
-Saben lo de la venta del
departamento. No sé cómo, pero lo saben. Son
tranfugas negro, no regreses por tierra, hacelo
en avión y llévate el dinero en
cheque. No
portés efectivo. Si viene Ligio en estos días le
pedimos su opinión. El, como cana, te podrá
orientar.
Arrasamos con el ceviche acompañándolo con
un blanco y me despedí de Cacho.
-Polaco, me voy. Mañana tú trabajas y
yo quiero arreglar el departamento. Te llamo en dos o tres
días para enterarme de las novedades del notario y de la
llegada de Celeste y los chicos. Envíales un beso grande
de mi parte y te vengo a gorrear la cena cuando estén
acá.
– Adiós negro, tranquilo que estas lejos de
esos chantas. Me llamás a cualquier hora si lo
precisás.
Los días siguientes me dedique a hurgar libro viejos
del Perú en las librerías de Cabildo y a tratar de
negociar una colección de estampillas argentinas, que
reuní en anteriores estadías. Almorzaba en los
restaurantes de autoservicio del centro y en las noches me tomaba
un café
acompañado de un pan francés, que es el que
llamamos "baguet" en Lima, con un trozo de matambre casero
buenísimo, que vendían en el almacén de
los bajos. A pesar de lo absorbente de Buenos Aires y de
mis actividades, echado en la cama y antes de dormir no
podía evitar el pensar en mi madre chilena.
Consideré las sospechas de Cacho. Sin embargo, en
estas tres noches concluí en que las coincidencias eran
una realidad y que la posibilidad de una pendejada para robarme
la plata del departamento estaba negada. Cuando Cacho me
llamó a Lima, yo salí ese mismo día sin
comentar a nadie el motivo de mi viaje. Además aunque
parezca extraño, nunca hablé con mi familia de la
compra del departamento. Esta decidido, – me dije –
mañana trato de comunicarme con Ismelda
A primera hora, me fuí a un locutorio
público y luego de hablar con la Sra. Chachi, que me dijo
que la Virgen había escuchado sus súplicas y que
nunca dudó que yo llamaría; me encontraba frente al
aparato telefónico con él número de Ismelda
en la mano. Marque con lentitud, casi acariciando el disco pero
deseando concluir la historia.-Aló,
buenos días, con la señora Ismelda Rasury por
favor.
-Carlos Alberto, hijo -¡carajo!, por Dios,
era la voz de mi madre, sin ninguna diferencia, era exactamente
la voz de mi madre, serena, dulce, envolvente-, esperaba tu
llamada, me reconforta y me da fuerzas para emprender el viaje.
¿Cómo has estado?.
-Señora Ismelda, le juro que me duele en el
alma
desengañarla, yo tengo una madre que vive en Lima, hablo
con Usted y parece que hablara con ella, es el mismo tono de voz.
A pesar de ser Usted chilena, no le percibo ningún dejo ni
nada que la diferencie, pero solo soy un homónimo de su
hijo, con el que, además, nos unen muchas
coincidencias.
-Carlitos, sé que no eres el hijo que
parí, no creas que soy una vieja tronada; pero, sé
que tienes mucho de el. Tu te sorprendes de mi voz. A mi no me
asombra que la tuya, de igual forma, sea la de el.
Los espejismos continuó la señora,
son un reflejo de la realidad, pero tienen su propia vida
independiente de la materia que
los origina. En lo infinito del tiempo y del espacio la
existencia de lo corpóreo y de las ilusiones que este
produce, son un titilar imperceptible en la
eternidad.
Nuestras prisas son innecesarias; de todas formas
estaremos presentes en la convocatoria de la muerte, a
la hora señalada por el Señor desde el comienzo del
tiempo. Lo que no sabremos, y para el caso no tiene importancia,
es si somos la realidad o la ilusión. Igual te amo, igual
me enterneces e igual me ayudas a atravesar el umbral de lo
desconocido. El Creador así lo ha querido y hay que
respetar los designios de Dios.
-Señora Ismelda, me reconforta, el sosiego con
el que Usted asume la vida y a su indubitable compañera,
la muerte;
conceptos los suyos que estoy seguro
también comparte mi madre. Yo no le temo a la muerte que
es un cambio de
estado, me espanta extraviar mi identidad. Eso
seria perder irremediablemente mi eternidad, mi
trascendencia.
– Tu soberbia Carlitos, se inmiscuye en lo divino,
pero el tiempo envejece nuestros errores hasta matarlos, Rimbaud
nos regaló una verdad,…Es falso decir: yo pienso. Se
debería decir: me piensan. Por lo demás, me has
llamado dominado por él mas humano de los sentimientos, la
compasión. Y no por tu miedo a la intrascendencia, has
concedido mi deseo de moribunda. El escuchar tu voz significa
mucho para mí, pero aun anhelo algo más, es el que
conserves contigo un obsequio simbólico que quiero hacerte
llegar.
Señora, yo honroso lo recibire y
sabré conservarlo.
Me pidió mi dirección en Lima, me dio su
bendición y me despedí de ella con inusual
afecto. Repuesta la tranquilidad que me fue interrumpida
con el incidente de la estación de Arica, me sentí
inundado de ternura y a pesar de las abstracciones de mi
mamá chilena, la racionalidad había
vuelto.
Salí del locutorio, feliz, a pesar que la llamada
me sustrajo casi la mitad de mi capital,
estaba dispuesto a reventar el resto celebrando mi
liberación. Hay un dicho de mi abuela que dice. "No hay
quién merezca mejor que le den una paliza que aquel que
guarda dinero para
gastarlo en botica…". Me ubiqué en una de las mesas de
la confitería de la calle Córdoba y Florida y me
chupe un Gancia rociado con Fernet Branca, acompañado de
una picada de sorpresata, bondiola y quesos.
Cuando digo un Gancia, no me refiero a un trago;
¡No! Me tiré toda la botella para sorpresa y
alegría del mozo que me lo cobraba por copas. Y lo que
contribuyó a este entusiasmo alcohólico no
sólo fue mi estado de ánimo, sino el discreto meneo
de los traseros de las argentinas, que son mi obsesión y
que pasaban a cada momento por el simpático
boulevar.
A las seis de la tarde me levanté sampado.
Decidí visitar al polaco. Ya debía haber llegado su
mujer con los
chicos quería verlos. Además, tenía olvidado
lo del departamento, alguna noticia habría de la
venta.
Pase por la confitería "Córcega",
compré un kilo de bombones para ablandar a Celeste y le
permitiera a Cacho chuparse unos tintos conmigo, los bombones de
Córcega eran su debilidad y mi pasaporte a la tranca a la
que aspiraba. Total, mañana el polaco no
trabajaba.
– Al doscientos de Martín de Gainza en
Caballito.-le indiqué al taxista.
Cacho aun no había llegado, Celeste me
recibió con su acostumbrada mal fingida seriedad, que no
conseguia disimular dominada por esa natural dulzura heredada de
su madre que era una divina piamontesa, digna de un
altar.
– ¿Y los chicos? – le pregunte.
– Y.. se quedaron en Santa Teresita. Sabía que
llegó el tío curda del Perú y les quise
evitar malos ejemplos.
-Por Dios Celeste, quería verlos, les traje
bombones.
-No te hagas el chanta que a mi no me vas a engrupir.
Los bombones los trajiste para que te deje poner en pedo con el
polaco, – permiso concedido, dije para mis adentros – Los
pibes te mandan besos, sabes que te quieren y yo sé que
tú los mimas demasiado. Querían venir a verte pero
la nena tiene el campeonato de natación,
está programada para esta semana, y sus hermanos son los
entrenadores.
Extrañaría a los chicos, pero era seguro
que antes de partir estaría con ellos. El polaco, justo
abría la puerta.
-Negro, sos un boludo, estaba por buscarte. Firmas el
lunes y te "garpan" el miércoles. Tenemos una razón
para descorchar los tintos chilenos "Don Melchor" que me trajiste
en no sé que carajo visita.
– Y traje bombones-le dije.
-A la puta, doble razon y ninguna resistencia.
Cenamos y conversamos casi atropellándonos,
sabedores de las pocas ocasiones que nos quedaban para estar
juntos. El tema de mi mama chilena enterneció a Celeste, y
convencí al Polaco, luego de relatar mi
conversación con Ismelda, que no existía
ningún ardid para robarme, sino que verdaderamente todo
fue un antojo del destino.
Nos entristecimos pensando que la venta del departamento
distanciaría la frecuencia de nuestros encuentros. Nos
tomamos los "Don Melchor", que sumados a la botella de Gancia que
traje puesta me hicieron sentir la pegada. Antes de empezar a
hablar sandeces, atine a despedirme y partí.
Los siguientes días fueron de trámites. La
programación de las firmas se dio conforme me dijera
Cacho; lo visité en dos ocasiones más, llegando a
ver a los chicos y sin mas dilaciones retorne a Lima por
avión.
Trabajando con mi padre, pasaron los días, las
semanas y los meses. La existencia de Ismelda fue comentada con
mi madre y se convirtió en tema de conversación
familiar hasta la llegada de otros sucesos que fueron relegando
mi curiosa experiencia.
El desayuno dominical, era una responsabilidad que mi padre me delegó
desde siempre. Yo compraba en Surco los tamales, los
chicharrones, el relleno y los camotes fritos cuando la familia
aun dormía. Retornaba de mi dominical misión y
una camioneta se apresuró a ganarme el estacionamiento en
la puerta de mi casa.
-Buenos días caballero, ¿vive
aquí el señor Carlos Alberto Fuenzalida?, me
dijo, bajando del vehículo uno de sus ocupantes
correctamente uniformado.
-Si, soy yo- le respondí.
-Disculpe Usted, tengo que entregarle un envio,
¿podría identificarse? Mire ,no es por molestarlo
¿sabe? Son reglas de la compañía.
Y…
-No sé preocupe- lo interrumpí-
aquí esta mi libreta ¿donde
firmo?
-Aquí señor, esté es su paquete
– me dijo entregándome un paquetito que, por su
tamaño, tranquilamente podría ser oculto cerrando
la mano, acompañado de una carta.
Me apresuré a entrar a la casa, dejé los
chicharrones sobre la consola y me apresuré a leer el
remitente.
Luis Alberto Fuenzalida Rasury, Los Organitos 230 La
Serena, República de Chile.- En tropelía los
recuerdos me atiborraron el cerebro, la
estación de Arica, la Chachi, mi madre chilena, las
coincidencias.- "Estimado Señor, decía
la carta,
es extraño dirigirse a un hombre que es
homónimo de mi hermano al cual quise tanto. Este hecho
unido a las coincidencias que lo acompañan me producen un
sentimiento de afecto hacia su persona, aunque
no lo conozca. Reciba Usted mis respetos junto con el presente
que le envía mi madre que falleció el día de
ayer; su ultima voluntad fue, que se lo hiciera llegar.
Afectuosamente, Luis Alberto Fuenzalida Razury.
Apreté el obsequio en mi puño izquierdo y
me senté a abrirlo en el comedor. Un frío intenso
comenzó a correrme por todo el cuerpo.- Al descubrir el
paquete, ¡quedé, asustado! ¡era imposible!.
Tiré la cajita sobre la mesa y de ella, como impulsada por
un resorte, saltó para posarse sobre la superficie
lustrosa del marqueteado, la medalla de concha de perla, con la
imagen de la
Virgen de la Inmaculada Concepción, pieza tallada a mano,
atada a un gastado cojincito de tela amarilla. Recuerdo de
familia con la que mi madre enterrara a mi hermano Luis Alberto,
hace más de dos años.
EL COCHERO DEL VIRREY.
Autor:
Juan Carlos Arroyo
Ferreyros
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